Saltar al contenido

Sicilia, jornada 1

12 julio, 2018

En el que la gallina madre da bocadillos, nos cambian el coche y estamos de veraneo.

(Jueves 5 de julio)

Realmente el viaje empieza en plan Esperando a Godot: me dicen «vamos» y me bajo a esperarlos, y no vienen, y no vienen… Pero bueno, vienen. Aunque sea de milagro, pero vienen.

En el aeropuerto pocas sorpresas para empezar: me pita el detector, cuando yo había previsto que cacheasen a los dos integristas islámicos que iban conmigo. Esperable. El vuelo de retrasa. Esperable. Girodino nos ha traído bocadillos en previsión, sospecho, de que los otros dos balas perdidas no iban a llevar nada. Sorpresón, y además están estupendos (los bocadillos, se entiende). El vuelo también esperable, la mitad del trayecto dormido.

La llegada, épica, hace calor y humedad como si estuviéramos en el Mar Menor.

Al recoger el coche, por algún motivo nos han pasado del modelo básico que habíamos elegido (un Polo) a otro que imagino que es aún más básico, un Ford Fiesta. Apunten, porque este coche va a ser parte integral del viaje.

Atravesar la circunvalación de Palermo es una experiencia en sí misma por la que hay que pasar y es inútil intentar explicarla. Lo único que puedo contar es que en Sicilia no tienen pintura para dibujar los carriles, así que hay que imaginárselos.

Cefalù estupenda, el tipo de ciudad o pueblo donde podría vivir de viejecillo. El apartamento estupendo, algo básico pero tirado de precio y en una buena localización. Incluso mejor la que nos da las llaves, Dalida (o Dalila, no existen fuentes materiales para contrastarlo) que va a ser lo más comentado del viaje, con la posible excepción de la piel perlácea de Draculino.

La cena estupenda, el vino memorable. Entra en juego el Excel, tan denostado como apreciada era Dalida, y casi tan nombrado.

Con todo, la nota álgida de la noche es, tras cierto zarandeo, el regalo de un sombrero a Draculino que, aparte de salvarle la vida innumerables veces durante la semana, le hace «ganar enteros». Es un sombrero, hasta donde el cronista sabe describirlo, de ala ancha, con una cinta que le rodea el cuerpo. De seguro encajaría en «Nuestro hombre en La Habana». Por mor de la verdad, hay que señalar que Draculino se resiste como un condenado, adverso a cambiar su imagen, y solo cede ante las más puras amenazas sicilianas (o no, la verdad es que el recuerdo de aquella noche es un tanto confuso).

Pasamos la mayor parte de la noche (o así se lo parece a Draculino, que como sabemos es el prota) en un… no sé, un club, con un pequeño grupo de música y «los mejores pechos de Navarra».

Por último, baño nocturno en la playa, que contra todo pronóstico no termina con una detención por escándalo público. Agua cálida, peces… Lo único que falta (para decepción de dos tercios de los presentes) es un tiburón.

No comments yet

Deja un comentario